
Tofol, el que llegó del mar
García Castán seguido de Tofol, en 2009. / FINIXER
Estaban, desnuditos y novicios, inevitablemente hambrientos de pecado original, Adán y Eva. Estaban el gordo y el flaco, siempre risueños y bobalicones. Estaban, marcados con un aspa sangrienta, Bonnye and Clide, los nudillos del destino llamando a su puerta en forma de tamborileo de subfusil Thompson —ratatatatatatatata—. Estaban Don Quijote y Sancho Panza, destripando gigantes disfrazados de molinos de viento, y bebiendo los vientos por princesas disfrazadas de hijas del agro. Estaban, enamorados y trágicos, de bronca todo el día con los suegros, Romeo y Julieta. Estaban, “no es verdad ángel de amor”, etc etc, que te dejes de memeces panoli y me pegues ya un revolcón, Don Juan y Doña Inés.
Estaban David y Goliath, jugando a abrirse la cabeza como Dios manda. Estaban Abel y Caín, haciendo el burro con la quijada de un noble asno. Estaban Livinstone y Stanley, buscándose África arriba, África abajo, con esa tenacidad incansable y un poco cazurra, que solo un inglés puede tener.
Tòfol, campeón de la Copa de España en 2012. / REVISTA TRAIL
Y estaban también, -¡qué cosas!- Tòfol y Castán, Castán y Tòfol, correteando por esas montañas de Dios, hace ya unos cuantos siglos, sin otro propósito que llegar el uno antes que el otro a un sitio que le dicen meta. —¡¡¡Queeeé, cuando es la boda??? —Nos espetaba algún anónimo cachondo apostado en cualquier recodo del camino del recorrido del Maratón de Berga, Copa del Mundo aquel año del señor de 2008 o por ahí, mientras Tòfol y Castán, aquí un servidor, se partían —nos partíamos— el pecho, el alma y las piernas intentando descolgar al otro en la cabeza de carrera.
—¡Estamos completando el ajuar! —Respondía quien esto escribe entre jadeo y jadeo, sin quitar el ojo a mi compañero de fuga, quien tenía más ganas de divorciarse de mí que Brad Pitt de Angelina Jolie, o viceversa.
Y es que en aquellos ya lejanos –cada vez más, ay- siglos pasados, Tòfol y Castán eran/fueron la pareja de moda en las carreras por montaña, y aunque compartíamos salida con muchos otros pares de piernas, la cosa terminaba casi siempre en un dialogo mudo, desesperado y suicida a dos bandas: Tòfol y Castán, Castán y Tòfol. Tòfol Castanyer, de nombre cristiano Cristòfol Castayer Bernat, es un corredor de una bella isla llamada Mallorca, allende los mares, que además de mares tiene montañas, todo junto, amalgamado ahí, a cascoporro.
El hombre que vino del mar
Tòfol, en una carrera popular en 1999. / L’ESPORT SOLLERIC
Tòfol es el corredor de montaña más poderoso venido del mar, hasta la fecha. O del aire, que el tío coge aviones para venir a la península como los demás cogemos el urbano para ir al currelo, oiga.
Hasta el día de hoy, ya lo he dicho, es el corredor de montaña más fuerte que ha dado la hermosa isla, y quizá uno de los mejores de siempre a nivel mundial. Silencioso y discreto, reservado y algo circunspecto, Tòfol es de los que no hacen un movimiento en falso, ni dicen una palabra de más. Pero, oiga, el tío se pone a correr y es de los que disparan primero y preguntan después. Una especie de Clint Eastwood, tan hierático, pero más en bajito y en meridional.
El carisma de Tòfol reside, precisamente, en que no tiene carisma. Y esto, lejos de ser un defecto, como alguno habrá pensado al leer la frase, es casi un halago, en estos tiempos en que tanto vendedor de humo expone sus cabriolas feisbuqueras y sus sonrisas tuiteras, que no interesan ni al vecino del cuarto A, en el altar apócrifo de la red de redes esa.
El autor de este rebaño de palabras que pastorean tus ojos, paciente lector, conoció al corredor mallorquín cuando ambos comenzábamos a correr por la montaña, concretamente en el Cross Siete Picos, bella y rápida carrera que se celebraba antaño paralelamente al maratón Alpino madrileño, y que, con salida en el puerto de Navacerrada, recorría la cordillera que en medievales épocas se conocía con el hermosísimo nombre de Sierra del Dragón, y hoy se conoce con el mucho más prosaico apelativo de Siete Picos.
En aquella ocasión fue él, Tòfol, quien se llevó al huerto a esa esquiva dama llamada victoria, y quien esto escribe, tuvo que conformarse con mirarle recibir su galardón de manos del concejal de turno desde el segundo piso del edificio de la gloria, aprendiéndome su cara para no olvidarla jamás, inaugurando así un toma y daca de varios años en los que unas veces ganaba uno y otras otro, generalmente él las carreras cortas y aquí, el autor del ladrillo, las más largas. Cosa paradójica, teniendo en cuenta la evolución que después hemos seguido ambos, especializándose él en carreras de ultradistancia y yo en carreras mucho más cortas.
Tòfol se ha convertido en un ilustre ‘ultrero’, él, a quien se le escuchaba —¡quiero correr! —cuando la carrera obligaba a andar…
Pionero en la dualidad internacional
El balear, junto a Kilian Jornet. / TRAILCYL
Tòfol fue durante mucho tiempo el único corredor de montaña español que era convocado a las dos selecciones españolas de carreras alpinas: la de la federación de montaña y la de la federación de atletismo, logro que habla por sí mismo de su gran calidad y su sorprendente versatilidad. Rápido y correoso, uno sabía que para vencerle tenía que dejarse el corazón, el alma y la piel en la batalla.
Siempre algo distante y como ausente, pero siempre caballeroso, recuerdo una ocasión en la que, yendo ambos en compañía de Ionut Zinca, formidable corredor rumano, vampiro inmortal de las carreras por montaña, en la cabeza de carrera de una competición de la Copa del Mundo, ambos me recogieron del suelo en una de esas caídas tontas que ocurren no pocas veces cuando te piñas en un tramo por el que podría pasar tranquilamente Marichalar con su patinete motorizado, cuando a lo mejor acabas de bajar por tres aristas con mil puñales de granito amenazando tus piernas.
Como queda dicho más arriba, Tòfol se ha reinventado, andando los tiempos, en “ultrero” ilustre, codeándose con los mejores del mundo, e incluso siendo el mejor del mundo en alguna ocasión él mismo. Él que detestaba las carreras en las que había que andar: -¡Quiero correrrrrrr! -se le oía exclamar a veces, con su acento peculiar, cuando, por la inhumana inclinación de la pendiente que subíamos en ese instante, no nos quedaba otra que andar, apoyándonos trabajosamente en los cuádriceps.
Tòfol me hizo pelear y sufrir mucho para poder ganarle, pero las victorias eran grandes y las derrotas pequeñas, cuando enfrente estaba este pequeño gran hombre.