
¿Qué fue antes el corredor o la carrera? ¿Qué fue antes el élite o el popular?
Un corredor saluda al público en la Transvaldeónica. / TRAILCYL
Postulaba San Agustín que en tiempo de tribulación es bueno mantener la calma, y es algo a tener muy en cuenta en nuestros días, aunque nunca está de más sentarse de vez en cuando a reflexionar un poco sobre el entorno que nos rodea.
Vivimos tiempos convulsos en el mundo de las carreras por montaña. Carreras de elevado prestigio y reconocida solvencia, como Tres Valles, que no celebrarán en 2018, pese a encontrarse en la cresta de la ola; debates entre organizadores y corredores élite sobre si estos últimos deberían cobrar un fijo por correr o si, por el contrario, deberían ser remunerados por sus marcas comerciales dejando integro el beneficio para los organizadores; qué decir de la proliferación de carreras por montaña, que propician un descenso marcado en la participación y a la desaparición paulatina de muchas pruebas, e incluso un cierto hastío en algunos corredores populares que acaban perdiendo la ilusión por competir y deciden probar suerte en otras modalidades deportivas.
Y es que ahora sí que por momentos parece que estemos asistiendo al pinchazo de la denominada “burbuja del trail”.
Los que ya somos más viejos que el Acueducto de Segovia, y ya corríamos cuando lo de correr por montaña era cosa de cuatro locos, recordamos tiempos pretéritos donde las carreras eran muy escasas, pero donde por el contrario las inscripciones eran gratuitas o a un coste prácticamente simbólico que únicamente daba para cubrir los costes generados. En aquellos tiempos, el corredor no escogía calendario para la temporada en curso, sino que era el calendario quien le escogía a él, o dicho de otra manera, no había elección posible, y si querías competir ya sabías de antemano dónde y en que fechas había carreras.
Todo resultaba más sencillo. Las carreras eran limitadas, pero, sin embargo, para conseguir un dorsal no había que inscribirse con tres meses de antelación, ni dependías de la suerte, la conexión informática o la conjunción de las estrellas como sucede hoy en día con algunas carreras. No obstante de un tiempo para acá todo parece estar cambiado. Las carreras florecen por doquier como margaritas en primavera, habiendo fines de semana donde en un espacio físico relativamente reducido es posible encontrar dos, tres e incluso cuatro carreras diferentes, y teniendo en cuenta que la población de corredores es finita, al final ya no hay suficiente demanda para tanta oferta.
¿Es esto necesariamente malo? No, en mi opinión cuantas más carreras haya más opciones para poder elegir y mayor competencia entre pruebas, lo que debería redundar en la calidad de las mismas, y es precisamente aquí donde debiéramos incidir los corredores, en la CALIDAD. Hay carreras muy buenas de carácter gratuito, carreras pésimas con un precio de inscripción elevado, y viceversa. Al final el precio de un dorsal siempre debería ir en consonancia con los servicios ofrecidos por la carrera y por la dificultad para proveer esos servicios, porque por cuestiones obvias y por poner un ejemplo, a igual distancia no tiene la misma dificultad organizar la Transvaldeónica que la Transcandamia.
La propia ley de la oferta y la demanda ajustará los excesos, provocando que poco a poco aquellas carreras que no cumplan las expectativas económicas de sus organizadores, o donde los corredores no sientan cubiertas sus expectativas, acaben desapareciendo y por selección natural queden únicamente las carreras eficientes.
Ánimo de lucro
Podio de una carrera en Madrid. / TRAILCYL
Con esto abrimos otro nuevo debate, y es el ánimo de lucro de los organizadores. Como no podía ser de otra manera, los organizadores tienen todo el derecho del mundo a ganar dinero con las carreras que organizan. Evidentemente, organizar una carrera es una tarea ardua, larga y en muchas ocasiones poco agradecida, y como todo trabajo tiene que tener su recompensa.
¿O acaso el resto de mortales no trabajamos por dinero? Otro tema diferente es encontrar donde se encuentra el límite a ese lucro obtenido, y establecer si ese beneficio debe ser exclusivo para el organizador o compartido con el resto de estamentos involucrados -voluntarios, colaboradores, corredores de nivel, pueblos, etc- , y es que al igual que le sucedía al protagonista de Blade Runner, no es que haya visto naves ardiendo más allá de Orión, pero en estos últimos años sí he visto cosas que otros no creerían: carreras sin coste para el corredor que compiten en calidad con carreras de renombre y alta popularidad, otras carreras que a pesar de contar con apoyo económico de las administraciones locales y elevadas aportaciones económicas de empresas de prestigio, donde a pesar de tener una calidad más que cuestionable, con graves fallos organizativos en ediciones previas, habiendo dejado a gente sin avituallamiento en algún edición, con reducción del recorrido en cuatro o cinco kilómetros por un mal control del marcaje, con deficientes servicios asociados –voluntarios escasos, avituallamiento pobres, triste bolsa del corredor, ausencia de comida en meta- , e incluso duplicado prácticamente el precio de inscripción en poco más de un lustro, y a pesar de todo siguen completando dorsales año tras año.
Finalmente, he visto languidecer hasta casi su desaparición carreras con recorridos espectaculares, pueblos volcados con la prueba, trato exquisito al corredor y un coste de inscripción reducido, quizás porque no han sabido vender las bondades de la prueba, porque la fecha no sea las más idónea o sencillamente porque han perdido la batalla en la guerra del marketing.
Y es que como en todas las facetas de la vida, hay carreras que se ponen de moda gracias a una buena política de marketing y otras grandes carreras que permanecen ocultas al gran público por no saber vender sus virtudes, pero eso es otra historia.
Lo cierto es que en la medida en que el dinero ha empezado a entrar en nuestro deporte paradójicamente parece que ha comenzado a derrumbarse el castillo de naipes. La lógica dicta que si un evento genera un beneficio, todo el mundo que participa en él mismo debería tener derecho a lucrarse en la parte proporcional que le corresponda en función de su mayor o menor aportación.
Corredores élite
Pablo Villa, ganador de la Ultra Pirineu. / TRAILCYL
Como recientemente planteaba Pablo Villa, los corredores élite tienen derecho a exigir una compensación económica por participar, al fin y al cabo para ellos este deporte supone esfuerzos y sacrificios, y como en cualquier otra actividad laboral tienen derecho a reclamar una compensación por el mismo y a ser tratados en igualdad de condiciones que otros corredores extranjeros que sí han venido cobrando en ocasiones, porque sobre los senderos de montaña han demostrado con creces tener el mismo nivel deportivo, aunque a veces y como en tantas otras facetas de la vida, bien parece que por ser de la tierra y por el hecho de tener apellidos de casa como Mezquita, Villa, Merillas o García, uno tiene menos pedigrí y menos derecho que los foráneos.
Otra consideración diferente es que los organizadores entiendan oportuno pagar por tener a este tipo de corredores, y que en caso de tener a dichos corredores de nivel en sus carreras opten por cargar dicho coste sobre las inscripciones de los corredores populares, y es que precisamente estos últimos, que son los encargados de pagar la fiesta con sus inscripciones, acostumbran a ser los grandes olvidados.
Al igual que sin organizadores no habría carreras y los corredores no tendrían donde competir, no deberíamos olvidar que sin corredores populares no habría ninguna carrera viable, y conviene recordar que los populares también tienen derecho a dejar de competir en aquellas pruebas que dejen de satisfacer sus expectativas. Es una simbiosis donde todas las partes tienen que sentirse igual de importantes. Supongo que como postulaba Aristóteles, es en el justo medio donde se encuentra el equilibrio.
Los corredores debemos aprender a valorar la labor de los organizadores y estos tienen que aprender a valorar la importancia de los corredores, porque al fin y al cabo, y como en cualquier otra actividad con ánimo de lucro, estos son los clientes de su negocio y sin ellos sus pruebas no tendrían ningún porvenir.