
Oihana Kortazar: La hija de Dos
García Castán y Kortazar, en Castellón, prueba en la que se proclamaron campeones de España en 2009. / FEDME
Hablemos de religión. De la nuestra, concretamente, o sea, de correr. Según los historiadores, no existen indicios fehacientes de que Jesucristo fuera corredor de montaña. Sin embargo, el autor de este artículo, o sea, este que levanta el dedito en este instante, ha descubierto, tras prolijas investigaciones, que sí, que sí que lo era, qué cosas, oye.
No es que Jesús fuera cada domingo a correr una ultra, que él ya tenía su cruz (metafóricamente hablando, me refiero, aunque luego, más adelante, le regalaron también una de madera autentica) y bastante hacía el hombre con echar sus prédicas y hacer sus milagros y sus cosas, que eso, además de llevar su tiempo, da muchas agujetas en el cerebro y en el alma, pero, como decía, en lo nuestro hizo sus pinitos. O sus olivos, sería mejor decir, porque la única ascensión que se le conoce a un monte, es a ese, precisamente, el de los Olivos, en compañía de los miembros de su club, el “Aphostolic 12 Trail Runners”.
Según cuentan las crónicas, la ascensión al susodicho monte fue más bien lenta y contemplativa, incluso diríamos que mística, venga a dar abrazos a los olivos que jalonaban el pedregoso camino y venga a hacer paradas para cantar/contar historias edificantes utilizando para ello el rap de la época, conocido entonces como “parábola”.
Sí se conoce con exactitud, no obstante, que la bajada del famoso Monte de los Olivos, fue otra cosa bien distinta que la subida, y según cuentan las crónicas debió hacerse a toda leche, al grito de guerra del equipo: “¡maricón el último!”, en el momento en que otros niños del barrio, los romanos, a los que había invitado sin permiso un miembro del club, un tal Judas, se empeñaron en ir a jugar con los “Apostholic 12 Trail Runners”. (A día de hoy, en carreras por montaña, lo más parecido que tenemos a Jesucristo, es Anton Krupica, un señor, americano de las américas norteñas, que antes tenía siempre calor, hasta que New Balance le hizo un contrato que le hizo volverse la mar de friolero por los siglos de los siglos. Amen).
Si Jesucristo hubiera sido corredor, sería mujer y de Elgueta
Oihana entra en meta con uno de sus hijos. / TRAILCYL
Pero a lo que iba, que me disperso cual gota de lluvia en la procelosa mar. Si Jesucristo hubiera sido corredor de montaña, hoy, sería mujer y habría nacido en Elgueta, Pais Vasco, ya ven que cosas. ¡Ah! y se llamaría Oihana Kortazar.
Pero empecemos por el principio. Elgueta año cero. Esa debiera ser la referencia divisoria empleada en nuestro deporte, en categoría femenina, para señalar el antes y el después. Antes de Cristo, después de Cristo. Antes de Oihana, después de Oihana.
El antes de Oihana era cuando las carreras de las chicas las ganaba, siempre, aquella que entrenaba en plan popurrí: un poquito de correr los domingos, una pizca de esquíar en temporada, un pellizco de bicicletear los sábados, unos gramos de escalar las fiestas de guardar y en ese plan. Esa, esa se llevaba todas las copas y todos los jamones y todos los besos de los concejales y alcaldes de pueblo en las carreras (sin que mis palabras quieran desmerecer los logros de grandes campeonas de aquellas épocas pretéritas, que las hubo y muy buenas, tipo Yolanda Santiuste, Mónica Ardid, Teresa Forn y otras de cuyo nombre no quiero acordarme, porque si quisiera, esto, en vez de un artículo sobre Oihana Kortazar, sería un nuevo Nuevo Testamento).
El caso es que la cosa, más o menos, iba así, salvo excepciones como las reseñadas, pero, como dicen los cubanos, refiriéndose a un tal Fidel Castro… ¡y en estas llego Oihana! Oihana, con K de Kortazar, metálica, robótica y eficiente, como esa K de su apellido.
Oihana fue el ‘Big Bang’, el origen de la eclosión de las carreras por montaña. Fue la primera corredora que profesionalizó la vertiente femenina
Esta sorgiñe buena, de larguísimas piernas y cuerpo con más fibra que una caja de Special K (a ver si es que el nombre a los cereales se lo pusieron por ella) de facciones clásicamente vascas y voz cálida, que al hablar remarca las errrrres con pasión, como todas las hijas de Guipúzcoa, marcó la diferencia entre dos épocas en la variante femenina de nuestro deporte: Oihana fue la primera corredora que “desamateurizo” –ustedes disculpen el palabro- o profesionalizó, como gusten, esto de las carreras por montaña femeninas. O sea, que sin vivir de esto, esto fue su vida (siempre compaginándolo con trabajo y familia).
Oihana inauguró la era de las grandes vacas sagradas, (con mucho más de sagradas que de vacas, todo hay que decirlo). Ella fue el “Big Bang”, el origen de la eclosión posterior de las campeonas que han llegado después, equiparables en categoría deportiva a los hombres. Oihana se implicó, en cuerpo y alma, en las carreras por montaña, como si fueran su vida, y su vida fueron, de hecho, las carreras por montaña, como queda dicho más arriba.
Con tenacidad de matrona vasca, se gestó durante mucho tiempo, hasta darse a luz a si misma; hasta parir a su propio yo; hasta auparse a lo más alto de lo más alto, paseando su sonrisa seria, sus grandes ojos risueños y su pelo negro como ala de cuervo en la noche, como diría Edgar Allan Poe, por casi todos los podios españoles, europeos y mundiales. Y aún tuvo tiempo de alumbrar y criar un par de hermosas criaturas. Quien esto escribe conoció a Oihana al otro lado de una ensalada con rulo de queso de cabra, en una concentración de la selección española en Navacerrada, en la que ambos estábamos convocados.
Coleccionista de Zegamas y campeonatos mundiales
Oihana, ganadora. / TRAILCYL
De entrada parecía una chica muy seria, y como uno no es que sea precisamente un caudal de sociabilidad y prosodia, la cosa tardó en cuajar, pero al final de la comida ya éramos amigos y durante bastante tiempo nos escribimos mediante los antiguos métodos de aquella época, sobre todo por una rudimentaria cosa llamada correo electrónico (es que no existían guasapes ni faces) contándonos nuestras penas deportivas y vitales.
A partir de ahí, le dio por dedicarse a su afición favorita: coleccionar Zegamas y campeonatos mundiales como otros coleccionan sellos o cromos. Ante tal demostración de poderío, las marcas, lógicamente, dieron en querer vestir su escuálido cuerpo y calzar sus veloces pies, como correspondía a su nuevo estatus de reina de la montaña, y le ofrecieron un contrato “salomónico”.
Hoy en día le tengo muy perdida la pista, pero yo creo que ya no se prodiga tanto como corredora, porque la vida también corre, más que nosotros, y a veces es difícil chuparle rueda.
En resumen, que aunque lo mío no son las matemáticas, he hecho un ímprobo esfuerzo y he echado cuentas hasta que me ha empezado a oler el cerebro a chamusquina, más o menos a los tres segundos, y he resuelto que, si Oihana ganó su primer campeonato de España en 2009, hito que podríamos considerar como su consagración deportiva, resulta que, en carreras por montaña femeninas, no estamos en el año 2017, sino en el año 8 después de Oihana.
Jesucristo, el hijo de Dios. Oihana, la hija de dos –su padre y su madre-, que con una i de menos, consiguió lo más.