Oda a Pablo Villa
El leonés ha sabido rehacerse para superar todos los problemas y poner un broche de oro a la temporada. En dos años, ha pasado de abandonar en Ultra Pirineu a convertirse en su último héroe
Bryan Trujillo | @BryanTrujillo_
Pablo Villa, en la presentación de Ultra Pirineu. TRAILCYL
Es la edición de 2015 de Ultra Pirineu en Prat d’Aguiló, uno de los avituallamientos más importantes de la carrera, y Pablo Villa llega roto. No es su día. La comida no le entra –uno de sus grandes males deportivos- y decide abandonar. Al rato, y casi sin querer, le veo en una habitación apartada del refugio. Está tumbado, con la mirada clavada en el techo, como pensando en la nada. Asusta verle así, pero por suerte no está solo. Dos personas le arropan y un sanitario le asiste, si la memoria no me falla.
Miro un poco, pero enseguida desaparezco de la escena. Por respeto, no es un buen momento para él y no querrá miradas ajenas. Y por mí. No es una imagen que quiera guardar. Ni yo, ni nadie. Es el duro y triste reflejo de la cara ‘B’ del deporte. La de la soledad, la que aparece cuando te has quedado vacío y solo tienes a los tuyos y un par de mantas para arroparte.
En la siguiente edición de Ultra Pirineu, Villa no es uno de los candidatos a la victoria, como es costumbre, porque ni si quiera está en la lista de inscritos.
Agosto de 2017. Kilómetro 55 de la TDS, una de las modalidades de la madre de todas las carreras, el Ultra Trail del Mont Blanc. Villa va en segunda posición, pero su estómago se rebela vomitando; no le deja correr más. Y vuelve a abandonar.
Lo que siente es rabia, impotencia, tristeza. Los que ganan carreras parecen de otra especie, pero son humanos, como tú y como yo, sienten y padecen. Al leonés le preocupa no triunfar en una grande y le cabrea llegar más en forma que nunca y no poder demostrarlo.
Pablo Villa celebra la victoria en Ultra Pirineu. TRAILCYL
Octubre de 2017. ¿Cómo se afronta una carrera de 110 kilómetros después de haber abandonado en tu última batalla contra la montaña? Pues no lo sé. Y no tengo ni idea de lo que habrá pensado él en la línea de salida de esta edición de Ultra Pirineu. Me habría gustado preguntárselo. Se da la salida, los kilómetros pasan, los rivales abandonan –como Cristofer Clemente- y otros se quedan atrás. Villa se convierte en el líder de la carrera y se va solo. Empieza a sacar ventaja a los demás, pero el chico malo de Salomon, el que se disfraza de abuelo para vacilar a todos en un Kilómetro Vertical, se pierde.
Dos kilómetros más. Un 1,8% de más en una carrera de 110 kilómetros. Una migaja, aunque los suficientemente grande como para hacer que la ventaja desaparezca. No es difícil imaginar lo que se le pasó a Villa por la cabeza en ese momento. De nuevo, el miedo, la inseguridad, la presión… El ruso Dmitry Mityaev le coge en una subida, pero tiene un plan: atacar en la bajada. Lo hace, le sale bien y de nuevo es el primero. Ya en Bagà, poco antes de la meta, sube el último repecho mirando hacia atrás como un loco, como Kilian Jornet apenas unas horas antes de ganar el Maratón. Por suerte para ambos, el peligro que venía detrás no les vence y ganan la carrera.
Es la edición de 2017 de Ultra Pirineu. Villa está detrás de la pancarta publicitaria que decora la meta. Otra vez exhausto, tumbado mirando al cielo, junto a su novia, que se preocupa por él. Apenas unos minutos antes los dos eran el centro de atención. Lloraban desconsolados y se unían en un abrazo que las calles de Bagà recordarán para siempre. Pero ahora solo les miran unos pocos ojos curiosos.
Es una bonita metáfora que representa lo que hay detrás de una victoria así. Las horas de entrenamiento que nadie ve, solo la familia, amigos y pareja, que también las sufren.
Al rato, Villa se levanta. Yo no creo en Dios, pero voy a recurrir al Nuevo Testamento, porque Villa es nuestro Lázaro. Es el corredor que resucita, el que no se rinde nunca. Da igual lo duros que sean los golpes. Villa es el que se da una y otra vez contra el mismo muro, pero el mismo que va a por un martillo más grande. Esto no es una oda a la épica, al sufrimiento gratuito, sino a los que se caen y se vuelven a levantar. Es una oda a Pablo Villa.