
Zegama, esa bella dama
Salida de la Zegama Aizkorri 2003. / FEDME
En la serie de textos que vengo publicando en TRAILCYL, esta santa web que ha acogido mis devaneos literario-deportivos, con entusiasmo digno de mejor causa, he seguido, hasta el momento y en los tres primeros artículos publicados, un desordenado orden masculino-femenino (“Masculin Femenin”, como rezaba el título de aquella peli de Jean Luc Godard, el vate de la Nouvelle Vague francesa, ustedes disculpen la cita, pero es que se me ha venido a la cabeza).
El caso es que, siguiendo esta estética de género, hoy tocaría escribir, y publicar, un texto dedicado a una fémina, puesto que el último artículo aquí publicado fue el referido a Cristofol Castanyer, el anterior a Oihana Kortazar y el primero de todos a Kilian Jornet, el prodigioso niño prodigio. Y así será, efectivamente; el texto de hoy estará dedicado a una mujer. ¡Y qué mujer!
A quien esto escribe le ha hecho sufrir, esta bella fémina, lo que no está escrito. Por eso lo voy a escribir. No recuerdo si lágrimas (probablemente sí), pero desde luego, sangre y sudor, ya les digo yo que sí me ha hecho derramar esta virgen norteña, a la que dedicaré mi artículo de hoy. ¿Su nombre?: ZEGAMA. ¿A que sí que les suena? Ya lo sabía yo. La primera vez que puse mis ojos y posteriormente mis pies en esa carrera, o mejor dicho, en “LA CARRERA”, fue en un lejano año 2003.
Uno empezaba ya a buscar competiciones fuera de su órbita doméstica, esto es, la sierra de Guadarrama y alrededores, y reparó en aquel por entonces aún desconocido maratón de montaña del País Vasco.
Si no recuerdo mal, aquella era la segunda edición, y la anterior había sido conquistada por un atleta local, un carnicero de la zona que, al parecer, entre solomillo de ternera y cuarto y mitad de chuletillas de cordero lechal, le daba zapatilla a las zapatillas por el monte. Y allá que me fui, que por aquel entonces, y aunque parezca sorprendente, te podías apuntar a Zegama sin loterías ni sorteos, aunque solo te conocieran en tu casa a la hora de comer.
Recuerdo que llevaba ropa Adidas de atletismo (Aun no me había convertido en Trangoman) y unas zapatillas Nike de trail, de las primeras que hizo esa marca, compradas en un Factory de esos donde encuentras alguna que otra ganga. Conseguí un buen quinto puesto, con una marca de cuatro horas y veinticinco minutos, creo recordar.
Aquellos húmedos parajes conquistaron mi seca alma castellana: Aizkorri, con sus miles de cortantes filos; Sancti Espiritu, de nombre tan cristiano y alma tan pagana y multitudinaria
Estaba lejos de imaginar que, con el tiempo, esa carrera crecería hasta convertirse en una de las mejores del mundo, y, a la inversa, mi marca en ella decrecería muchos, muchos minutos, hasta conseguir, en dos ocasiones, situarme por debajo de la mítica barrera de las cuatro horas. Pero lo que más me sorprendió, en aquel fin de semana completamente solo en una carrera extraña, fue el increíble entusiasmo con que aquellas gentes se entregaban a su carrera.
Acostumbrado a que en la mayoría de las competiciones solo hubiera público –y escaso- en la salida y la llegada, aquello de encontrarme flanqueado por cientos y cientos (¿acaso miles?) de personas vociferantes que te llevaban en volandas con la sola fuerza de su entusiasmo, era una novedad tan sorprendente como ilusionante. Aquellas gentes me jaleaban, nos jaleaban, en su prehistórica lengua, tan bella y primitiva, con sus palabras a un tiempo cortantes como la arista de una roca y dulces como el suspiro de una virgen adolescente, y oyéndolos, mi esfuerzo y mi sudor cobraban, en mi interior, tintes de épica gesta pastoril y guerrera.
Imagen de la Zegama Aizkorri 2003. / ZEGAMA
Aquellos húmedos parajes conquistaron mi seca alma castellana: Aizkorri, con sus miles de cortantes filos, amenazantes como pétreos cuchillos; Sancti Espiritu, de nombre tan cristiano y alma tan pagana y multitudinaria; “Hostialgorri”, infernal bajada cuasi vertical donde hasta el culo más exquisito se acercaba solícito a besar la hierba.
En aquella mi primera incursión zegamera, conocí a algunos de los grandes nombres y hombres de aquella época en nuestro deporte, como mi amigo Juan Manuel Agejas o Fernando García Herreros, quien sería el flamante ganador de aquella edición, con un tiempo de cuatro horas y doce minutos, si no me falla la memoria.
En los años posteriores volvería varias veces más a Zegama, y en sus caminos, en sus crestas rocosas, en sus hayedos y en sus praderas, dejé jirones de piel y gotas de sangre y sudor; y el alma de mi alma quedó para siempre prendida en sus cumbres, como una bandera blanca rendida a la belleza y acompañada por las brumas norteñas, que miran pasar el tiempo sin prisa, desafiantes y altivas, eternas, como quien sabe que, por mucho que corramos, solo llegaremos a la meta cuando el destino quiera.
(Más en TrailCyL-YOUTUBE)