
La Covatilla, López Castán, Kortazar y Mary Poppins
Patricia Muñoz tras cruzar la meta del SnowCross La Covatilla. G. M.-TRAILCYL
La segunda vez también me pilló desprevenido, y eso que lo sabía. Llegabas arriba, a lo más alto de la estación -esa que ves por la tele y que abrillanta el apellido Heras-, y quizá me despistó el evocar esa meta de campeones. De Cubino. De Roberto. De Santi Blanco… Solo que en esta ocasión el ‘blanco’ no estaba en el palmarés y sí en una estación de esquí que se convirtió en una aventura épica.
La Covatilla, en la sierra de Béjar, el sufrimiento, la extenuación, la resiliencia -por utilizar el término más manido del 2020-…, ya no son solo calificativos para la bicicleta. Recuerdo aún la cara del estadounidense Ben King después de superar la línea de llegada de la Vuelta a Ciclista a España hace un par de años y, sin ciclismo de por medio, el pasado sábado volví a verle a escasos metros de donde levantó los brazos en 2018.
No es que el norteamericano regresase a la sierra bejarana -imaginaros la que se liaría con lo del coronavirus-, pero sí, yo le vi. ¡Lo juro! ¡Estaba en el SnowCross La Covatilla!
Lo contemplé en la cara de Patricia Muñoz, quien entre lágrimas y -sufrida, extenuada… resiliente- evocaba en mi pensamiento aquel rostro del ciclista del Dimension Data después de una subida agónica tras escapada en solitario y con ‘algo’ de viento en contra. Digo ‘algo’, porque después de lo del SnowCross prometo -palabrita del niño Jesús- que no volveré a quejarme de Eolo en ningún entrenamiento.
A King también le vi en el rostro de Oihana Kortazar o de David López Castán… ¡Qué le digan a este lo de la resiliencia! ¡Lo de la resiliencia señora! Más de dos años para olvidar lo del Aquiles y ver que ante él se abre una temporada apasionante. Son solo dos nombres, pero voy a coger dos al azar de la clasificación (un momento) [buscando…] Ya está. Alba Oya y Andrés González. En ellos también estuvo King… ¡y en mí! Que apenas podía articular palabra. ¡Mi cara tenía que asemejarse a alguna de las Bélmez cuando llegaba a lo más alto de la estación! Y es aquí -volviendo al inicio- dónde de nuevo me pilló desprevenido.
Acababa de escuchar un cencerro -olé tú, olé tú… Estar más de dos horas tocando el cencerrito a más de 2.000 metros del altitud con la que estaba cayendo- y una ráfaga de viento me hizo volar y no precisamente con los acordes del ‘Flying Free’, que el cencerro no daba para Pont Aeri.
Yo volé, tú volaste, y él voló… Pero literal. Porque el corredor de delante se marcó 100 metros a lo Usain Bolt, pero sin ‘Happy End’
Yo volé, tú volaste, y él voló… Pero literal. Porque el corredor de delante se marcó 100 metros a lo Usain Bolt, pero sin ‘Happy End‘, y sí en forma de trompazo elevado por una ráfaga que ni la del telediario.
SnowCross La Covatilla. G. M.-TRAILCYL
Y digo, que me pilló desprevenido por segunda vez, porque el épico, extenuante, sufrido SnowCross de La Covatilla consistía en dar dos vueltas a un circuito de 6 kilómetros con algo más de 500 metros de desnivel positivo -ya de por sí duro-, en el que lo que viviste una vez, lo repetías unos 45 minutos después -y yo me siento de los afortunados-.
De nuevo, cencerro, jaleos, y un estúpido intento por articular y mover los músculos de la cara, paralizados por el frío (daros por agradecidos chic@s, así como todos los voluntarios y organizadores de la carrera… Hace falta tener un par con el día que hacía y la que está cayendo -y no solo en lo meteorológico…-).
Bueno, pues eso, que me pilló desprevenido. Saludé como pude a los árbitros de arriba -papelón también para ellos-, y la racha de viento me empujó de tal forma, que solo recuerdo maldecir el haber perdido unos cuantos kilos antes de la carrera. “Déjate llevar”, me gritó otro corredor, más ducho en el arte del descenso. “Llevar… ¿a dónde?” “¿Al país de nunca jamás?” Y es que la tarde iba de pensamientos oníricos. Esos que vosotros, los que corréis, sabéis que a veces entran en nuestras cabezas casi por arte de magia, como si la carrera estuviese enmarcada en un sueño atemporal, en el que solo te preocupas del cronómetro -a veces ni eso- cuando cruzas la línea de llegada.
A mí, entre el espectáculo de nubes -que os adjunto en foto- me vino a la cabeza el Correcaminos, no porque me sintiese como el coyote a punto de ser capturado por otro intrépido compañero, sino porque a la velocidad que me obligaba a ir el viento, pensaba que mis piernas no tardarían en echar chispas para finalmente incendiarse o darse por muertas.
“Déjate llevar”. Y en ese sueño fantasioso de dibujos animados, cumbres nevadas y metas volantes a dos ruedas, me dejé volar, cuál Mary Poppins, sin paraguas, camino del final.
David López Castán y Oihana Kortazar abrillantan el mejor SnowCross La Covatilla