
Hubiese corrido el Machú Lanú, la Bravía Jurdana y hasta la chica de la curva…
En plena subida, con unas vistas impresionantes. / SERGIO CÁCERES
Lo confieso, quizá podía haber llegado un pelín antes. Bueno, o quizá no. Recuerdo a una chica -que por cierto terminó andando, creo que lesionada- que no habíamos completado el primer kilómetro y me miraba extrañada. Casi, como si se le hubiese aparecido el temido Machú Lanú, que por algo estábamos en Las Hurdes.
Recorríamos la bella alquería de El Gasco -aún ajustándonos el cortavientos, acostumbrándonos al gorro y a la malla larga obligatoria, una circunstancia que a los del norte casi nos extrañó más que las propias leyendas locales- , mientras dejaba correr a mi imaginación más que a las piernas.
Uno, curioso por naturaleza, había leído, visto, escuchado… ciento y una historias sobre la mágica comarca extremeña. Poco antes de la salida, me había parado en el cartelón del Volcán del Gasco, que se puede ver en el vídeo resumen de Trailcyl, y no sabía por qué recordaba este nombre… Lo iba rumiando en los primeros metros, las primeras zancadas, mientras veía como corredores y corredoras casi me apartaban, ajenos a mis pensamientos…
¡Aja! Eso era, se trataba del mito de la ‘Bravía Jurdana’, que cortó la lengua a un pastor “agresor de su honra”, y este, que más que rebaño acumulaba magia, terminó encantándola a la espera de que una noche de San Juan pudiese liberarse… Echo un ojo al reloj, mientras bajamos a la bella ribera del Valle del Malvellido, y me doy cuenta de que el ritmo, la frecuencia, la distancia… evitan ver qué día es… ¡Ah! -recuerdo aliviado. Hoy no habrá apariciones, porque estamos en febrero… Sí… (Que ya es hora) ¡Estas en mitad de las Cumbres Hurdanas!
Volviendo a la chica que me ve tropezarme. Se percata que de ser mitológico tengo poco, pero que juego con una cámara y con mis pensamientos, de ahí mis idas y venidas ajenas a la carrera -por eso la afirmación con la que comencé este loco relato-.
El adiós al Gasco nos brinda un serpenteo paralelo al río que recuerda a otros capítulos montañeros en Batuecas o en la propia Garganta de los Infiernos… Ambas carreras no se encuentran tan lejos de esta aventura, y también gozan de un misticismo propio.
No quiero que termine el valle. Paralelos a sus meandros, es imposible llevar un ritmo constante, algo que a mí particularmente me encanta (iros a un motel, digo al asfalto). Este vaivén, lejos de ser agónico, me lleva a contemplar el ingenio del hombre en los sedimentos del río para el cultivo.
Ni rastro de La Canchalera Encantada
Un poco más adelante, y tras emprender una interminable y espectacular subida en forma de ‘S’, se contempla una de las señas de identidad de la comarca: los aterrazamientos en las laderas para los olivos o castaños y cerezos -me dicen que también para colmenas… Todo esto al final se traduce en la bolsa del corredor ;)-.
Desde lo más alto y antes de meterse en otro valle paralelo, se contempla toda la comarca. Si fuese solo, quizá hubiese parado a grabar algo, pero para entonces ya me he enganchado a quién será mi compañero de viaje hasta casi la meta, y quien tiene la culpa del cambio de mi relato.
Ahora que había vuelto a pensar en La Canchalera Encantada, mi acompañante me lanza hasta la meta -en este momento sí que me sobra la malla, el cortavientos y el resto de la parafernalia-. No me deja darme la vuelta para ver la Lancha Cándido, otra de esas leyendas de noche previa a la carrera en la que el pico debe su nombre a un soldado que de regreso a casa terminó devorado por los lobos. (A la velocidad que bajamos, creo que a nosotros no nos hubiesen pillado…).
Podría haber sido otro momento para disfrutar de la fina nieve que aparece en la zona más alta de la carrera, pero ya estoy pegado a mi guía, quien tiene prisa por meterse entre los veinte primeros del Mini Trail de Cumbres Hurdanas… Parece que habrá que dejar dos o tres leyendas para un más que esperado regreso, eso sí, trataremos de que no sea la noche de San Juan, que de encuentros, me ha bastado con el de mi compañero.
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