
El rey de la selva
García Castán, Castanyer y Fernando Herreros. / FEDME
Corrían los primeros años de la tan mitificada década del 2000. Contra lo que nos había anunciado repetidamente el cine de ciencia ficción y habían deseado nuestras soñadoras mentes, esos “años 2000” no se diferenciaban gran cosa de los que les habían precedido en el calendario: los marcianos se empeñaban en seguir sin dar señales de vida, los automóviles solo volaban cuando algún conductor se dormía al volante y el coche caía por un puente y, por el momento, la aplicación más útil que se le daba al mítico rayo láser, era la de apuntar a la cara de los jugadores del Madrid cuando iban a lanzar una falta en el campo del Barca y a los del Barca cuando iban a lanzar una falta en el campo del Madrid.
Aun así, corría la década del 2000, y nosotros, los que corríamos, corríamos tras ella. Nuestros pantaloncitos eran más cortos y nuestras camisetas más ajustadas, de esas de simples tirantes y cuello redondo (a veces incluso llevaban serigrafiado el logo del club de atletismo del barrio o publicidad de la Tasca Manoli) y en cuanto al calzado, las escasas opciones zapatilleras que había en el mercado, se repartían entre los modelos de correr por asfalto de las marcas de siempre y algún incipiente y tosco modelo de Trail que hoy –finolis que nos hemos vuelto, oiga- no nos calzaríamos ni para hacer senderismo.
Y sin embargo correr, lo que se dice correr, corríamos igual que ahora: una pierna detrás de la otra y lo más rapidito posible. Las cosas esenciales no cambian nunca, por más que nos empeñemos en barroquizarlas, en complicarlas y en adornarlas. Uno, aunque ya talludito por aquellos años y con alguna que otra lesión en el alma, provocada por la carrera de la vida, nacía sin embargo, por aquel entonces, al incipiente mundo de las carreras por montaña, y como todo aquel que un día decide profesar en esta nueva religión pagana que es el deporte, buscaba ese ídolo, esa figura en la que encontrar la medida de uno mismo.
En aquel momento, el Dios del Trail (que sobrevive poseyendo distintos cuerpos a través del tiempo, para sobrevivir al tiempo mismo) aún no se llamaba Kilian, sino Tarzán. Tarzán era el rey de la selva de las carreras por montaña en aquella época –tan lejana y tan cercana al mismo tiempo-. Tarzán era un ser corpulento, musculoso acaso en demasía, para lo que es recomendable en un deporte en el que hay que acarrear el propio cuerpo monte arriba como si fuera un saco de patatas. Sus piernas, largas y poderosas columnas, no sé si dóricas, jónicas o corintias, pero siempre implacables a la hora de subir y, sobre todo, a la hora de bajar montañas, nunca fallaban en el momento de encontrar en el suelo el espacio preciso (invisible para los demás) donde posar el pie; ese hueco justo donde apoyar un instante su encallecida extremidad inferior para lanzar la siguiente zancada.
El torso poderoso y los anchos hombros, estaban coronados por la pequeña cabeza, de pelo corto pero no rapado, donde unos ojos vivaces, un punto burlones (con un algo de ave rapaz) y una media sonrisa socarrona perennemente en la boca, producían un efecto ambiguo de respeto y curiosidad. Fernando García Herreros, pues ese era el nombre civil de Tarzán en la vida “irreal” (pues nada hay más real en la vida de un corredor de montaña que correr por la montaña) era bombero de profesión y con su campechanía innata, lo mismo desencaramaba un siamés aupado a una farola, que convencía de un pescozón a un suicida dubitativo para que no se tirase por un puente.
Podio del Campeonato de España de 2006. / FEDME
Él era así: rudo y tierno al mismo tiempo. Cuando aparecía en una carrera, la carrera entera empezaba a gravitar a su alrededor. Todo él era espectáculo, tanto por su poderoso y rotundo aspecto físico como por su carácter expansivo y cercano, casi un punto chabacano sin llegar a serlo. Su afán competitivo y su fortaleza, lo convertían en el dominador absoluto de las carreras por montaña dentro de nuestras fronteras. Entre los muchos momentos que compartí con él, tiempo después de conocerle, recuerdo un campeonato de España en Cataluña, al que ambos fuimos con la selección de Madrid, en la que yo militaba entonces junto a él y otros insignes de la cosa, como Juan Manuel Agejas o Yolanda Santiuste.
En aquella carrera, en cuyo trazado había una dura subida y una larga bajada final, Agustí Roc, acaso el mejor escalador puro que ha habido en España (y que sin duda aparecerá en posteriores entregas de estos “Autorretrotes”) consiguió distanciarse varios minutos de Tarzán en el principal ascenso, lo que hacía presagiar, con razonable rotundidad, que el campeonato nacional estaba ya sentenciado ese año.
Sin embargo, en la bajada, Tarzán se vino arriba (en realidad sería mejor decir se vino abajo) y, como un Marcel Proust de las montañas, se fue en busca del tiempo perdido, y no solo neutralizó la minutada de Roc, sino que logró rebasarlo consiguiendo entrar victorioso en la línea de meta.
Ese fue uno de los tres campeonatos de España que ganó Tarzán/Fernando, a los que hay que sumar tres Copas de España, algo nunca conseguido por nadie más en esta competición. Cuando uno, humilde corredor por aquel entonces, empezó a oír hablar de él en el ámbito de las carreras de la zona centro de España, Tarzán era un mito, alguien inaccesible, divinizado, con un aura de invencibilidad mítica; una especie de semidiós con quien yo, en mi timidez, jamás hubiera osado intentar cruzar una palabra.
Sin embargo un día, calentando en la previa de una competición en La Pedriza, imbuido como iba en mis modestos pensamientos y planes respecto a la carrera, alguien me alcanzó por detrás y, con exquisito tacto, empezó a conversar conmigo, interesándose por mi corta historia como deportista. Fue la primera vez que alguien me hizo sentir corredor de verdad. Hasta después de terminar la carrera, cuando le vi encaramado al podio en calidad de vencedor, no supe que se trataba de él, de Fernando García Herreros, por todos conocido como “Tarzán”.
Durante los dos años siguientes, mi evolución como atleta me permitió empezar a disputarle la victoria en algunas carreras, y coincidimos como componentes de la selección de Madrid de carreras por montaña, como queda escrito más arriba, siendo compañeros en interminables viajes en sórdidas furgonetas a lo largo y ancho de la vieja España. De aquella época me quedó una sólida amistad con él y un buen puñado de anécdotas que hoy no contaré, porque alargarían demasiado este “Autorretrote”.
Salida de la Cursa de Andorra 2005, con Kilian y Garcá Castán y Herreros en la salida. / FEDME
La primera vez que conseguí vencer a Fernando, fue en una competición de Copa de España en Andorra, donde también corría Kilian, que fue segundo. Pocas veces he logrado, durante mi carrera, un podio más hermoso que aquel, con Kilian a mi derecha y Tarzán a mi izquierda. Por aquella época, Tarzán había trabado cierta amistad con mi padre, que, cual madre de la Pantoja, me acompañaba a cuantas carreras podía (ay, qué peligro, este de los padres y las madres como acompañantes en las competiciones) y sostenían entre los dos una especie de tira y afloja cordial, pero no exento de una inflexible competitividad, respecto a quien ganaría la siguiente carrera en la que nos enfrentáramos.
Un día, a finales de 2005, Tarzán le pronosticó a mi amado progenitor: “El año que viene… tu chico me va a dar pa’l pelo; ¡ya lo verás!”, en una especie de reflexión en voz alta, expresada según su particular modo de hablar, campechano hasta provocar la sonrisa. Comenzó el año 2006, y, en la primera carrera de la Copa de España, celebrada en una de las cunas del trail español, La Vall Duixó, provincia de Castellón, conseguí doblegarle de nuevo, logrando otro podio memorable, por delante de él y de Jessed Hernández (otro genio que pronto visitará estas páginas) lo que me colocaba como líder de la clasificación general a falta de tres pruebas.
La primera vez que conseguí ganar a Fernando fue en la Copa de España en Andorra, donde también estaba Kilian. Pocas veces he logrado un podio más hermoso que aquel
Antes de eso teníamos que disputar, no obstante, la carrera más importante del año, el campeonato de España (en aquella época no había 27 campeonatos de España, como ahora, sino uno, al que iban todos los buenos) La competición se celebraba en el durísimo maratón de la Marina Alta, en la provincia de Alicante, con salida en el marítimo pueblo de Calpe y llegada en Gata de Gorgos, ya en el interior de la comarca. Aquel día amaneció asfixiante, lo que hacía presagiar unas temperaturas cercanas a los 40 grados durante la segunda mitad de la carrera, lo cual, unido al tipo de terreno por el que discurría el recorrido, lleno de plantas espinosas y sobre un suelo endiabladamente irregular (no había un metro en los 42 kilómetros donde se pudiera asentar la planta del pie cómodamente) hacían prever una batalla donde íbamos a despellejarnos a degüello y a la desesperada. Cuando 4 horas después y tras un infierno de calor y sufrimiento logré, contra todo pronóstico, entrar el primero en la línea de meta, sumando mi primer campeonato de España por delante de Tarzán y del gran Tofol Castañer, lloré como un niño. Al despedirnos, tras la entrega de premios, Fernando/Tarzán se acercó a mi padre y, dándole un abrazo, le dijo: “¿lo ves? Ya te lo dije”
Esas fueron las últimas palabras que escuché de los labios de Tarzán, que un mes después falleció en un accidente de tráfico en la M30, junto con otro compañero suyo, cuando volvían al parque de bomberos tras efectuar una salida. Dicen que se mantuvo consciente casi hasta el final, y que, en un gesto tan suyo, quiso donar, ya en el hospital, lo que de su cuerpo pudiera servir a otras personas, sabedor de que ya no podía soltarse del enamorado abrazo de la muerte, que lo requería solo para sí, aferrándo su alma, para llevarlo a correr por lugares remotos y desconocidos, más allá de este mundo que él tanto había amado.
Muy bello Raúl, emocionante y justo
Raul darte las gracias es poco por este bonito relato, soy Andre el hermano de Fernan.
Aún recuerdo cuando me dijo que dejaba el asfalto y se pasaba a la montaña en exclusiva, jejejeje pensé si estás como una Cabra por qué no correr como una… seguro que se te da bien y vaya si se le daba bien. Te puedo asegurar que os tenía muy presentes a todos y os apreciaba y respetaba.
Puffff q recuerdos. Increíble deportista y mejor persona. Siempre en el corazón al igual que su familia. Grande Fernan. Siempre superándose y ayudando a superarse. El relato mejor imposible. Un fuerte abrazo para todos los q compartimos kms con Tarzán…..
Gracias por ese recuerdo tan hermoso. Ha día de hoy sigue vivo en cada corazón, del que lo quiso de verdad. Ha sido un precioso relato que recuerdo , hablando con mi hermano. Muchas gracias por seguir adelante siempre, y os doy las gracias y os deseo lo mejor para este año 2018.