
La niebla
La niebla toma la montaña. / TRAILCYL
Alcanzó la cumbre y el espectáculo le sobrecogió. Tan pronto como recuperó el aliento emprendió la carrera. Podía sentir su gélido aliento en la nunca, en un Año Nuevo que nadie le había obligado a celebrar con sus relucientes regalos de Navidad tras la Nochevieja.
Tras bajar la primera cota se sumergió en la niebla. Escuchó el primer ladrido. El segundo sin atisbar el animal. Solo, la espesura de un fenómeno que le obligaba a reducir el ritmo.
Maldición! Ahora los cordones de sus recién estrenadas zapatillas bailaban a su libre albedrío… Otro ladrido! Está a punto de tropezar y… para en seco.
Al agacharse y atar sus ‘zapas’ roza con los dedos el manto blanco de la cencellada. Unas huellas llaman su atención cuando el sonido de lo que parecen unas pisadas le invita a retomar la carrera.
Solo el jadeo y el propio sonido de sus pisadas -firmes y rápidas- interrumpen los recuerdos de que aquel desafortunado encuentro y aquella amenaza. Acelera el paso.
De repente, una sombra pasa muy rápido de un lado a otro del camino. ¿Qué era eso? —se pregunta. Casi sin tiempo a pensar, otra sombra sigue a la anterior.
De nuevo se obliga a parar. Pero ni rastro de las sombras.. La niebla no deja que la temperatura ascienda y el frío hace mella. Un paso, dos, tres y a correr de nuevo. Mira su reloj 8,200. En menos de cuatro kilómetros debería estar —piensa, mientras acelera y aprovecha un descenso que hace que los ojos le lloren por el efecto del aire helado.
Allí abajo debía haber un prado, donde hace apenas unos días un tractor lo trabajaba de un lado al otro casi con arte marcial. Hoy en Navidad, solo silencio y… ¿Qué ha sido eso? Suena a…
Sí, a un disparo. Sus peores presagios parecen tomar forma en un mar de siluetas indescriptibles que antes de la llegada de la niebla era árboles… Ahora solo son contornos, trazos. Solo los identifica como ramas cuando los roza y la cencellada cae sobre sus hombros.
El manto y la espesura han avanzado y equivoca el sendero de vuelta. No es la cota adecuada. Se percata al poco tiempo. Esta le llevaría de nuevo a la cima con un rodeo. Vuelve sobre sus pasos y ahora otro disparo suena más fuerte, más cercano… ¡Pero a quién se le ocurre! —masculla. No llega a coger el camino bueno, lo aborda con un ritmo que no denota el cansancio de la cima, la niebla o las características de un suelo helado en la que el efecto de sol hace días que no se deja notar.
No corre… ¡vuela!, mientras la cencellada invade su cortavientos… Hoy no ha sido ese el problema. Un último esfuerzo —piensa. —Y si atajo por este último cerro —se autopregunta. No deben de quedar más de dos kilómetros. Otra sombra, esta vez atisba perfectamente el origen de la misma.
Se trata quizá de un ciervo, de un corzo… No diferencia muy bien un animal del otro, pero le superaba en la huida. No es la primera vez que interrumpe su tradicional paseo de Año Nuevo, pero no en estas circunstancias.
Decide atajar. Sin niebla, no lo hubiese dudado. Ni hace siquiera media hora lo hubiese dudado, pero ahora todo estaba tomado por ella. Un pequeño ascenso y una bajada que da a una pista ancha. Allí hasta puede pasar un coche —se tranquiliza.
Emprendió el ascenso. Con buena visibilidad, la senda recorre un camino debajo de unos cables de alta tensión con un sonido característico que a veces le dan escalofríos. Hoy, nada. Silencio. En ese ejercicio por afinar el oído… De nuevo pisadas. ¿Habrá vuelto el corzo? Unos pasos y estarás arriba —trata de calmarse. Solo tienes que atravesar 200 metros y llegarás al descenso final.
Lo consigue. Piensa que ni Usain Bolt hubiese completado la distancia por debajo de su tiempo, y hasta por su cabeza se le pasa echar un ojo al reloj para ver la marca… ¡Serás friki! —se autoimpone, mientras emprende un descenso alborotado y en el que el tobillo derecho se le va hasta en dos ocasiones.
Ha llegado a la pista. Sin embargo, donde antes se podía observar prácticamente toda la planicie, ahora solo atisba una escuela de equitación a la izquierda del camino. En un kilómetro debería estar… Se nota que la villa está cerca. A lo lejos se oye alboroto. ¿Lo niños con los regalos de Navidad?
De sus pensamientos le sustrae el ruido de un todoterreno que suelta barro al pasar. En la ventanilla, una mirada desafiante bajo un gorra forrada. En el mismo cristal, un perro se eleva y ladra. Mientras el 4×4 se aleja con una estela de humo que se funde con la niebla.
Llega al coche. El primer paseo de 2018, quizá un cuento de hadas, o quizá su subconsciente no le haya jugado tan mala pasada…