
Las piernas de ella: Maite Maiora
Maite Maiora, promoción La Sportiva. / LA SPORTIVA
La pata estirada -en sentido literal, no metafórico-, la mirada absorta y la espalda indolentemente recostada contra la pared, se hallaba sentado el autor de estas líneas, esperando a que comenzara la ceremonia de entrega de premios, que, por esa extraña paradoja que se da siempre en todas las ceremonias de entrega de premios, cuando no han empezado te mueres porqué empiecen, y cuando empiezan te mueres porque acaben. Y entonces, al mirar hacia abajo en un gesto casual, caí en la cuenta y reflexioné en voz alta:
-¡Joder, Maite; no distingo mis piernas de las tuyas!
Y era cierto. Mis piernas, surcadas por más tuberías que Villa Meona (la casa aquella de Isabel Preysler famosa por tener 14 cuartos de baño), y de las que solía decir mi fisioterapeuta que con ellas no le hacía falta el muñeco anatómico de plástico para explicar los músculos, apenas si se distinguían de las de Maite Maiora, que, sentada a mi lado, esperaba también a que comenzara la mencionada entrega de premios en la que ambos habíamos de ser condecorados como vencedores de la Copa de España de Kilómetro Vertical del año nosequé.
Ya me hago cargo de que para una chica normal ese no debe ser, a priori, un piropo de los más apreciados. Es como si un camionero le dijera a una camionera: “Adelita, no distingo mi bigote del tuyo”. Pero no. Es que Maite Maiora no era, no es, una chica “normal”. Y que no se me malinterprete. No me refiero al aspecto físico de la criatura, que Maite es una mujer de facciones correctas y agradables. Maite no es normal porque ella, a base de trabajo y sufrimiento ha elegido no ser normal. Y lo ha elegido corriendo más deprisa que la mayoría de las mujeres que han elegido correr deprisa, que cada vez son más, afortunadamente. Curiosa elección esta en la que el destino te elige para que elijas sufrir; o mejor dicho: eliges llegar a la gloria a través del sufrimiento.
Desde este punto de vista, correr es casi como una crucifixión sin cruz y sin religión. O mejor dicho, con cruz sí, aunque sea invisible, y con religión también, desde luego, porque correr es en sí mismo una religión con sus mártires y sus dioses y sus Vía Crucis y sus parábolas… Y hasta sus sermones, que alguno te echan de cuando en cuando en alguna ceremonia de premios como de esta de que estábamos hablando y de la que me he ido por las ramas de la literatura. Ya vuelvo, no asustarse.
Maite es una chica educada y formalita, y si en vez de ir por la vida en camiseta de tirantes y calzón corto, le pusiéramos una faldita y una blusa daría el pego perfectamente como dependienta del Corte Inglés
Maite es una chica educada y formalita, y si en vez de ir por la vida en camiseta de tirantes y calzón corto, le pusiéramos una faldita y una blusa, daría el pego perfectamente como dependienta del Corte Inglés, sección de cosmética, moda joven o territorio vaquero. Y, no crean, lo de ser una chica callada, tiene su importancia, si una está casada, como le ocurre a ella (por voluntad propia y felizmente) con mi amigo Iosu, que no se calla ni grabando un documental sobre la vida secreta de los peces abisales en la fosa de las Marianas, la criatura. Lo único que -si acaso- le mantiene la boca cerrada unos segundos (y no está del todo probado) es ponerle una cámara fotográfica en las manos y un tío corriendo ante sus mismas narices. Entonces se convierte en Billy el Niño con menos pelo y más talento y se lía a disparar a diestro y siniestro.
Maite y Oihana, una época
Maite Maiora (i), con Oihana, en el centro. / LA SPORTIVA
A Maite Maiora la conocí en una convocatoria de la selección española en unos campeonatos del mundo o de Europa, o cosa así. No recuerdo cómo, ni cuándo, ni dónde exactamente (a estas alturas ya se habrá dado cuenta el amable lector, de que como cronista no tengo precio), geográficamente acaso fuera en Cataluña o por ahí.
Ella ya andaba perfilando por aquel entonces su vocación de espada hendidora del viento, ya se afanaba en fabricar su anatomía de estilete de carne y hueso, ya estaba exteriorizando su yo interior, su ‘alien’ deportivo, que ansiaba emerger al mundo exterior para devorar a todas sus rivales. Sus tú a tú, sus mano a mano con la otra grande de las montañas vascas y españolas, Oihana Kortazar, que ya ha pululado en anterior ocasión por estas páginas, son antológicas, y ambas, con estilos tan diferentes, han tenido tardes de gloria y dolor con/contra la otra, haciendo más grande este deporte. Profesionalmente, Maite se dedica a proteger a los ciudadanos de su pueblo del mal; o sea, que es policía Local, lo que significa que en ese pueblo, para ser delincuente hay que tener un par… de piernas.
En los últimos años ha militado en un equipo hacia el que albergo un sentimiento “quijotesco” por aquello de “de cuyo nombre no quiero acordarme”, y les ha dado todas las victorias y premios y galardones imaginables e inimaginables, que los tiempos de la chica están más cerca a veces de los tiempos de los hombres que de los de sus rivales las féminas. Y es que amigos, la vasca, cuando corre, es que corre de verdad. Y a ninguna le interesa, correr por frivolidad.