
Vidas paralelas: Kilian Jornet
García Castán, delante de Jornet, en Zegama. / COSTAQUEBRADA
Hace muchos, pero muchos, muchos, muchos años, que vivió y murió un señor antiguo, pero que muy, muy, muy antiguo, llamado Plutarco. El tal Plutarco, que así se llamaba por haber nacido en la antigua Grecia, en vez de venir al mundo en el hospital general de Cuenca o Albacete, en cuyo caso bien pudiera haberse llamado José Mari, Carlos Antonio, o incluso Venancio Jesús, escribió, a ratos muertos, antes de morir, una colección de textos llamados “Vidas Paralelas”, en los que glosa la existencia de distintos personajes ilustres de su época, emparejándolos entre sí, con el propósito de evidenciar las similitudes o coincidencias entre ambas personalidades.
No es que este humilde cronista que les habla quiera compararse con don Plutarco, ¡Dios me libre! De hecho, en lo único que nos parecemos él y yo, es en que a ambos se nos notan bastante los huesos, aunque por motivos algo diferentes, todo hay que decirlo.
Solo hay un aspecto en el que quien esto escribe aventaja a don Plutar –permítanme la confianza- es un pequeño detalle sin mayor importancia: yo estoy vivo, y él, ejem, no.
Vidas paralelas, una sección de pedigrí
Kilian Jornet. / TRAILCYL
Sin embargo quiero abrir esta, mi nueva sección en la ínclita web de TRAILCYL, con mi particular “Vidas Paralelas”. ¿El protagonista? El protagonista será el personaje más ilustre de cuantos han poblado, hasta la fecha, nuestro poblado deporte.
Si Mozart, en vez de haber nacido en Salzsburgo, hubiera nacido en La Cerdaña, si en vez de llevar peluca empolvada llevara barretina y si en vez de batuta para dirigir orquestas, empuñara una olorosa butifarra, no se llamaría Mozart, sino Kilian.
Este prodigioso niño prodigio de las montañas llamado Kilian, interpreta sus partituras pedestres -pedestres no por vulgares, sino por ser sus pies los sublimes instrumentos con que nos deleita- con la brillantez que solo el genio de nacimiento puede alcanzar. (El genio siempre nace más que se hace, aunque luego necesite entrenar o ensayar, hacerse, para hacer aflorar esa genialidad)
Uno, conoció a Kilian/Mozart hace ya unos cuantos siglos, ay. Un amigo, aguafiestas él, cuando venía uno todo ufano de ganar al susodicho niño prodigio en la primera carrera en que coincidimos, Andorra, Copa de España 2005, algo se recelaba, sibilino, rappeliano y adivinador: —Ese chavalín nos va a barrer a todos —Baaaah, no será para tanto. Pero nos barrió. Vaya si nos barrió. Y sigue barriendo el barrio, el barrendero de la barretina.
Kilian Jornet. / TRAILCYL
Ahora, cuando a los veintitantos años, Kilian/Mozart lo ha ganado todo, lo ha conquistado todo, lo ha pulverizado todo en el deporte de competición en montaña, todavía hay algún despistado que, si alguien doblega puntualmente al niño en alguna carrera, o hace caer alguno de sus mil records, dice con harta desinformación: ¡Uy, este… este es mejor que Kilian!
De Kilian siempre nos quedará el recuerdo de sus eternos ‘andantes sostenutos’ en las pendientes cuasi verticales; sus vivísimos ‘allegrettos’ en las duras subidas; o sus endiablados ‘prestos agitatos’ en las frenéticas bajadas
Si es que hay mucha ignorancia por el mundo. Cuando antaño, Kilian/Mozart desenfundaba el violín de sus pies para interpretar alguna de sus sinfonías montañesas para zapatilla y continuo, los demás, muy buenos, pero no geniales, teníamos que limitarnos a ejercer nuestro papel de Salieris de las carreras por montaña. Y entonces Kilian, Kilian/Mozart, daba rienda suelta a su genialidad e interpretaba su melodía sinuosa, arriba y abajo, arriba y abajo, un, dos, tres, un, dos, tres, marcando el ritmo de carrera con el ritmo de sus pies, marcando el tempo de la competición con el compás de su monstruoso órgano ventricular.
Algún día, puede que no muy lejano, Kilian/Mozart desafinara, después de tanto dar el DO de pecho, en alguna carrera, y cada nuevo día incorporará más notas fallidas y más silencios a la interpretación de sus sinfonías pedestres y ese será el principio del fin, pues nadie, ni siquiera él, puede ganar la carrera contra el tiempo.
Pero siempre, siempre, nos quedara el recuerdo de sus melodiosos ritmos: sus eternos “andantes sostenutos” en las pendientes cuasi verticales, sus vivísimos “allegrettos” en las duras subidas, o sus endiablados “prestos agitatos” en las frenéticas bajadas.
Excelente artículo Sr. Castán y, dicho sea de paso, un servidor ha descubierto en su persona que las carreras de montaña han existido durante más años de los que uno se piensa.
Un saludo