
‘Arrastrasillas’: la vida sobre ruedas
Proyecto Arrastrasillas de montaña accesible. / TRAILCYL
Dicen los expertos que la vida es bella, y sin duda deben tener razón, pero a veces, para qué lo vamos a negar, la belleza de la vida es tan terrible, tan apocalíptica, tan incomprensible, que si no fuera porque estamos enamorados de ella hasta los tuétanos, sería como para cogerla por las solapas y decirle cuatro cosas bien dichas. Pero lo cierto es que sería inútil, porque ella, la vida, es bella, sí, pero también es ciega y sorda y muda, y por tanto inmune a nuestra risa y a nuestro llanto.
La vida va por la vida a lo suyo, que es vivir la vida, y por eso no merece la pena insultarla, ni odiarla ni maltratarla ni negarla. No. La belleza de la vida no es perfecta, ni falta que le hace. O quizá es que nuestro concepto acerca de la belleza de la vida no es el correcto.
El amor de un padre o una madre cuyo hijo no puede caminar, o hablar, o reír, o pensar, o jugar; sus lágrimas al descubrirlo, su coraje al combatirlo, su paciencia infinita en el día a día, su determinación de acero ante los mil obstáculos, su lucha solitaria a través del tiempo, su soledad pavorosa ante la enfermedad, su grito silencioso sin eco en el mundo, su muda entereza para soportar lo insoportable, su temple feroz ante la negra adversidad… todo eso es vida; vida de una belleza cruda y desesperada, pero vida en su máxima expresión.
A veces tardamos toda una vida en comprender que la vida no consiste en combatir a la vida. A la vida hay que cabalgarla, o mejor aún: a la vida hay que echarla a rodar.
Proyecto Arrastrasillas de montaña accesible. / TRAILCYL
Hace unos cuatro años que dos hermanos de Torrelavega, enamorados de la vida, tuvieron el pálpito genial de uncirse a una silla con la intención de que algunas personas que habían perdido la fe en esta dama díscola y caprichosa, volvieran a creer en ella. Con ese propósito por bandera, se sirvieron de uno de los tres más grandes inventos de la humanidad, la rueda –los otros dos son el fuego y las patatas fritas, no necesariamente por este orden, (siempre y cuando no sean congeladas, eso sí)- para echar a rodar la vida cuando esta se atasca en el fango de sus propias contradicciones.
Al principio lo hicieron con la humildad de quien descubre algo nuevo y no está seguro de poder pisar con firmeza el terreno que pisa. O que rueda, en este caso. Dentro del contexto de ese evento increíble que es “El Soplao” la conocida multicompetición de montaña que se desarrolla en tierras cántabras, estos amigos pertenecientes al club Aldro Night City Trail, decidieron que ya era hora de que la vida de ciertas personas con distintas discapacidades físicas o mentales, pero que a pesar de ello no se resignan a ver pasar la vida, sino a vivirla, empezase a ir sobre ruedas.
La novedosa iniciativa consistía en acompañar, empujar, animar, transportar, arrastrar, conducir, jalear, ayudar a estas personas a conseguir el sueño de completar un reto que, de otra manera, hubiera sido imposible realizar.
Arrastrasillas es prestar su tecnología, sus piernas y sobre todo su corazón, a todas aquellas personas que tienen sueños que cumplir, pero no fuerzas para cumplirlos
Afianzada su determinación con el estupendo resultado de esta primeriza experiencia, decidieron exportarla a cuantos corazones intrépidos, encarcelados en cuerpos impedidos, quisieran rodar junto a ellos. Y así, decididos a encontrar los medios tecnológicos y materiales más adecuados a sus propósitos -los medios humanos ya los tenían, eran ellos mismos- dieron con un modelo de silla rodante de la marca francesa Joëlette, casa especializada en este tipo de vehículos, con unas características que facilitaban enormemente la nada sencilla tarea de conducir, por las mil trochas y vericuetos montañeses, el cuerpo, y sobre todo las ilusiones, de todas aquellas personas que, contradiciendo al genio Calderón de la Barca, cuando decía aquello de “ los sueños, sueños son”, afirman que no, oiga, don Calde, que los sueños, al menos nuestros sueños, realidad son.
Proyecto Arrastrasillas de montaña accesible. / TRAILCYL
Tras foguearse en campo abierto (más bien cerrado, que Cantabria es mucha Cantabria), realizando nuevos retos y rutas, probando la silla con distintas personas con diferente discapacidades, establecieron ya de manera permanente una colaboración en pro del deporte inclusivo junto con el Centro de Educación Especial Fernando Arce, dentro del contexto de la celebración de “El Soplao”, y decidieron formalizar su proyecto inicial y dotarlo de un nombre, que resultó ser así de gráfico y rotundo: “ARRASTRASILLAS”.
El bautismo de fuego donde exprimir al máximo las presuntas prestaciones del nuevo artilugio, la silla Joëlette, y donde comprobar si realmente podían llegar con él a aquellos lugares más recónditos y apartados de la naturaleza, tras las pruebas anteriores, más sencillas, se presentó casi por casualidad, al conocer el caso de un amigo, montañero aficionado y padre de un niño que nació con una discapacidad que lo mantiene amarrado a una silla de ruedas.
Centauro en su máquina mágica, mitad hierro mitad alma, sin duda este niño pudo sonreír por la felicidad de su padre, y su padre llorar por la felicidad de su hijo
Tras haber barajado distintas hipótesis irrealizables, en unos casos por demasiado básicas, en otros por demasiado sofisticadas y caras, el padre de este niño encontró en la iniciativa de los “Arrastrasillas”, la solución, y sobre todo la manera, de cumplir su viejo sueño de poder llevar a su hijo hasta el emblemático refugio cántabro de Cabaña Verónica, tan bello y poético de nombre como de estampa, siempre destellando al sol su quijotesca armadura de plata. Éxito rotundo.
Centauro en su máquina mágica, mitad hierro mitad alma, sin duda este niño pudo sonreír por la felicidad de su padre, y su padre llorar por la felicidad de su hijo. Para conseguir este reto, los chicos de “Arrastrasillas” contaron con la siempre entusiasta colaboración, cuando de ayudar a quien lo necesita se trata, de “La Marea Azul”, club cántabro de actividades deportivas en la montaña, a los que cuando se les mete una cosa en sus azules molleras, oiga, ni el propio Gárgamel, terror de los pitufos, también azules como ellos, podría detenerlos.
Proyecto Arrastrasillas de montaña accesible. / TRAILCYL
A día de hoy, el proyecto se ha consolidado espiritualmente en la conciencia de muchas personas, tanto en Cantabria como en otras comunidades, entre ellas Castilla y León, donde se han desarrollado actividades similares, y cada vez son más las buenas gentes que aportan su cachito de corazón, de manera altruista y en la medida en que cada uno puede, para contribuir a tan encomiables causas.
Es el caso, por ejemplo, del taller BESAYA BIKE, que, de manera gratuita, repara y realiza el mantenimiento necesario para conservar en óptimo estado las, ya nada menos que 3 bicicletas con que cuenta el proyecto ARRASTRASILLAS, tras la generosa donación de otros dos aparatos por parte de la OBRA SOCIAL DE LA CAIXA, que se complementarán en un futuro cercano con nuevas aportaciones de distintos ayuntamientos y de BANKIA.
Con semejante parque móvil, y la impagable energía motriz de los rudos muchachos cántabros, de los que podría decirse (lo digo por la fuerza y el denuedo con que acometen este reto, no me sean mal pensados) que más que cántabros, son cantabrones, ya se está realizando a día de hoy, de manera efectiva, el préstamo desinteresado y totalmente gratuito de las sillas Joëlette, a quienes lo solicitan con la intención de darles el uso para el cual fue concebido el proyecto ARRASTRASILLAS, esto es, prestar su tecnología, sus piernas y sobre todo su corazón, a todas aquellas personas que tienen sueños que cumplir, pero no fuerzas para cumplirlos.
Quizá ni ellos mismos lo saben, pero poniéndole ruedas a estos cuerpos, prisioneros de sí mismos, le están poniendo alas al alma de muchas personas.